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Los signos de evanescencia de la democracia representativa (página 2)



Partes: 1, 2

Si buscamos aquello que tienen en común las
diferentes instituciones
democráticas, lo que constituye un espíritu
común, encontraremos una afirmación individualista
y de desconfianza hacia los gobernantes. El conjunto de
ciudadanos juzgan, cada uno según su saber y conciencia, sobre
aquello que es conveniente para la
República; de esto resulta que los gobernantes
sólo deben ser empleados o delegados de ese soberano
colectivo.

Esta ideología del control entre
gobernantes y gobernados, se encarna en instituciones muy
diferentes, no todas ellas políticas.
Así, los funcionarios electos o nombrados, son los
responsables de los excesos o de los abusos de poder, lo que
podría resultar en culpabilidad
ante los jueces. El control de los gobernantes se ejerce a
través de la elección, que les concede una
investidura de tiempo
limitado. El modelo radical
se hace efectivo cuando los gobernantes se encuentran sometidos a
un mandato imperativo y cuando pueden ser destituidos, sin previo
aviso, por una asamblea general.

La elección es el mecanismo decisivo que hace a
la investidura de los políticos de profesión, esa
elección está teñida de la idea de
representación y plantea una serie de problemas
teóricos e ideológicos. La elección consiste
en consultar a un grupo de
personas con derecho a votar el cuerpo político, asignando
peso igual o desigual a sus votos. Este procedimiento
genera al menos tres clases de dificultades: la competencia de
los electores; la moralidad para
distinguir entre su interés
privado y el bien común y el peso de las preferencias
privadas con relación a una preferencia
colectiva.

Algunos autores son pesimistas en cuanto a la
decisión mayoritaria y la capacidad de funcionamiento de
las instituciones que se basan en estos principios de
elección y representación.

El término democracia no
se aplica solamente a las instituciones gubernamentales. Se
aplica también a toda sociedad en la
que el modo de designación de los dirigentes y el
ejercicio del poder estén sometidos a ciertas condiciones
respecto de la definición de los objetivos
colectivos y de la participación del grupo en su
realización.

Hay quienes hacen hincapié en la perspectiva que
considera democrática a toda sociedad en la cual los fines
colectivos son objeto de un consenso al menos implícito, y
el status social
es atribuido según criterios funcionales y no solamente
por reglas jerárquicas. Aunque los profesores no sean
nombrados por sus alumnos, ni los médicos por sus
enfermos, se puede hablar de una escuela o de un
hospital democráticos, si la disciplina
clásica de obedecer sin comprender, es reemplazada por
discusiones mediante las cuales, en la medida de lo posible, las
obligaciones
colectivas son negociadas y legitimas.

Los autores se dividen al optar por una
definición consensual de la democracia o una que sostiene
la necesidad del pluralismo. Chantal Mouffe propone una dinámica específica entre consenso y
disenso. Dice a propósito de esto que: "La política, en especial
la política democrática, no puede nunca superar el
conflicto y la
división. Su objetivo es
establecer la unidad en un contexto de conflicto y diversidad;
está ocupada en la formación de un 'nosotros' en
oposición a un 'ellos'. Lo específico de la
democracia política no es la superación de la
oposición ellos/nosotros sino la manera diferente en que
es manejada. éste es el motivo por el cual comprender la
naturaleza de
la política democrática requiere adecuarse a la
dimensión del antagonismo presente en las relaciones
sociales" (En Desconstrucción y pragmatismo.
Barcelona. Paidós. 1998).

Por su parte Norberto Bobbio define el régimen
democrático "(…) como un conjunto de reglas de
procedimiento para la formación de decisiones colectivas,
en las cuales está prevista y facilitada la
participación más amplia posible de los
interesados" (En Diccionario de
política. México.
Siglo XXI. 1995).

La idea de Bobbio es que la democracia está en
constante transformación, es dinámica por
naturaleza. En su historia nunca ha llegado a
la perfección y en el momento actual tampoco goza de
óptima salud pero no puede decirse
que esté al borde del colapso. Lo que diagnostica Bobbio
son los contrastes entre la "democracia ideal" que concibieron
sus fundadores y la realidad de las democracias
existentes.

Esta diferencia entre la democracia ideal y la real
puede analizarse bajo la consigna de promesas incumplidas que
incluye: la supervivencia de oligarquías y del poder
invisible; el problema de la representación de intereses;
el espacio limitado en que funciona; la persistencia de espacios
no democratizados. Estos diagnósticos, en parte son graves
y en parte son transformaciones debidas a la adaptación de
los principios abstractos a una realidad concreta y a las
exigencias de la práctica en sociedades
mucho más complejas que las que habían imaginado
los fundadores de la democracia.

Bobbio concluye diciendo que gracias a su naturaleza
dinámica y perfectible, la democracia ni está tan
mal, ni tiene mejor alternativa.

A continuación, se transcribe la reflexión
de Adela Cortina con relación a esta
problemática.

"Una concepción actual de democracia debe cumplir
ciertos requisitos:

No puede contar con una noción compartida de bien
común, sino con una sociedad pluralista, en la cual
compitan distintas concepciones de 'vida buena'. No puede
señalar, por ejemplo, sin equívocos, ni
discriminaciones, ni autoritarismo, en qué consiste la
felicidad.

No puede, por lo tanto, constituirse en una 'democracia
sustantiva' (que tendría en cuenta un concepto
específico de felicidad), sino como una 'democracia
procedimental', en la cual las decisiones legítimas son
tomadas según procedimientos
racionales.

Sin embargo, el criterio para medir la legitimidad de
las decisiones no es idéntico al que mide su justicia
(ésta tiene que ver con una noción de 'bien
común').

Que una democracia posibilite distintas formas de vida,
no significa que sus procedimientos sean neutrales y den cabida a
cualquier forma de vida: las hay indeseables" (En Diccionario de
pensadores contemporáneos. Barcelona.
Emecé.1993).

Thomas Jefferson escribió en la
Declaración de Independencia
de los Estados Unidos de Norteamérica: "…que todos los
hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de
ciertos derechos
inalienables; que entre éstos están la vida, la
libertad y la
búsqueda de la felicidad…".

Bien está advertir a esta altura de los
acontecimientos que los derechos no son intrínsecos a una
supuesta naturaleza
humana, más bien pueden ser considerados como
conquistas sociales en el mejor de los casos; que la
búsqueda de la felicidad y la felicidad en sí misma
son susceptibles de innumerables definiciones y apreciaciones y
que todo lo que podamos decir acerca de la libertad, la igualdad y la
existencia de dios, está sujeto a crítica.

Retomando el programa de
Nietzsche,
sostenemos que el filósofo alemán llevó la
crítica kantiana a su máxima expresión, el
nihilismo,
todo valor que se
precie de ser bueno en forma absoluta caerá bajo el peso
de las circunstancias.

En todo caso, la representación, la
búsqueda de consenso, la participación, será
la manifestación de expresiones humanas y finitas, en la
infinitud de situaciones que se nos aparecen a diario.

La crisis de
representación

El concepto de "representación" se encuentra
asociado a diversas maneras de definición y
caracterización. En principio, podemos afirmar que toda
re-presentación es una presentación ajena a lo
representado. Es decir, estar presentes in-directamente en
aquello que alegóricamente nos muestra una
realidad que no está presente por sí misma sino por
otro, ya sea en forma de imagen, de
metáfora, de relato.

Como primera manifestación, la
representación se encuentra expresada en la puesta en
escena del teatro griego,
los actores en sus máscaras ocultan su verdadero rostro y
muestran otros rostros que representan aquello que está
ausente en sí. Apoyados en los coturnos que los elevan de
su estatura real, los comediantes despliegan en el escenario una
acción
que intenta comunicar una situación ajena al individuo real
que aproxima otras realidades.

"La representación en cuanto acción o
efecto del representar es un presentarse algo nuevamente o bien
un presentarse algo en sustitución de otra cosa. (…) En
un sentido general, la representación (Vorstellung) es lo
que se halla presente al espíritu o a la conciencia, como
cuando Locke habla de las representaciones generales (ideas) o
Hume de las impresiones (ideas, impresssions) entendidas como
copias de una sensación originaria. La
representación sería entonces todo contenido de
conciencia, todo acto intencional referido a un objeto real o
ideal, existente o no existente, presente o no presente. Algunos
autores (por ejemplo, Hamelin) dan el nombre de
representación a los actos por los cuales lo concreto y
diverso es pensado bajo una forma categorial. La
representación equivale entonces a categorías, mas
a una categoría que tiene principalmente un fundamento
psicológico y no exclusivamente trascendental." (Ferrater
Mora, José. Diccionario de filosofía. México. Editorial
Atlante. 1944. Páginas 598/99).

En términos gnoseológicos, conocer es
representar en el entendimiento una realidad exterior (ya sea en
la versión empirista en la que se ordenan datos de la
experiencia o como expresión racionalista como ideas que
se identifican con las cosas que se encuentran en el exterior de
la conciencia); pero en términos políticos es la
voluntad de alguien que se ve representada en las acciones de
gobierno. En este
juego de la
presencia y la ausencia se despliega el acto de la
representación, no tanto pensada como conocimiento
sino más bien entendida como acción
política.

Mientras que en la Grecia Antigua
la representación teatral desplegada en el drama, – en sus
dos rostros: el de la comedia y el de la tragedia -, se sustituye
en otro escenario, ya político, de las Asambleas; en la
Edad Moderna
el término representación se despliega en el
debate propio
de la teoría
del conocimiento a la representación ciudadana de los
comienzos en la
organización de los Estados Modernos.

"Inventar la ciudad es inventar la
representación, el lugar donde el poder se disputa y se
delega, donde cada uno puede presentarse en el centro del
círculo y decirle a la asamblea cómo él se
presenta lo que sucede y lo que hay que hacer. Lugar de
nacimiento del escepticismo, del conflicto de las
interpretaciones, de esa multitud de dobles, eídos o
eídolon, phantasía y phantásma, cuya
apariencia corre el peligro de ser un falso semblante."
(Enaudeau, Corinne. La paradoja de la representación.
Barcelona. Paidós. 1999).

El actor del teatro griego es, de alguna manera
reemplazado por el actor político, éste puede
representarse a sí mismo en la asamblea o ser representado
por alguien que él ha elegido (cfr. con la Apología
de Sócrates
de Platón).

En un escenario moderno la cuestión del poder se
debate en la Filosofía política en el que el
concepto de representación juega un papel preponderante,
ligado a la sujeción de la ley, el
representante de la ley, la obediencia a la ley, oponiendo la ley
a la naturaleza, o mejor expresado, al estado de
naturaleza en el que hipotéticamente los hombres viven
fuera de la ley o sin ella.

La crisis de representación, su fracaso, se
encuentra manifiesto en la sospecha que se expresa en el siglo
XIX desde la crítica a la idea de progreso, a los valores que se
sostuvieron incólumes en la modernidad y con
nuevos agregados
teóricos como lo es la noción de lo
inconsciente.

Siempre ligado el término político de
representación a la posibilidad de representar la realidad
en la mente o en el entendimiento humano, ésta
filosofía de la conciencia será sospechada por el
psicoanálisis en sus términos
más esenciales.

El hombre,
para Freud,
está dividido entre consciente e inconsciente, entre la
demanda que
procura llenar la falta y la satisfacción que se sustrae,
entre el deseo sin salida y el objeto que huye. Cada cual trata
de descubrir lo que desea. "Si toda verdad trascendental es
negada, si la única verdad concebible es la del deseo que
procura salir a la luz, no hay
más verdad que la del sujeto 'en espera'." (Georgin, R. De
Levi-Strauss a Lacan. Buenos Aires. Nueva Visión. 1988.
Página 188).

El poder y la verdad son, para Freud, incompatibles.
Porque queda excluida toda referencia normativa y todo efecto de
mandamiento. El ejercicio de la autoridad y la
obediencia a un orden dado pertenecen al pensamiento
mágico. Todo poder es usurpador, sin embargo es
inútil tratar de destruirlo. Por eso la verdad no se
encuentra al mismo nivel que el poder.

"Es a esa articulación de la verdad a la que
Freud se remite al declarar imposibles de cumplir tres
compromisos: educar, gobernar, psicoanalizar. ¿Por
qué lo serían en efecto, sino porque el sujeto no
puede dejar de estar en falta yéndose por el margen que
Freud reserva a la verdad?. Pues la verdad se muestra allí
compleja por esencia, humilde en sus oficios y extraña a
la realidad, insumisa a la elección del sexo, pariente
de la muerte y, a
fin de cuentas,
más bien inhumana." (Lacan, J. Ecrits. Champ freudien, Le
Seuil. Página 188. Citado por Georgin).

No se puede definir el acto político
prescindiendo del lenguaje, la
relación ciudadano – gobernante es una muestra de eso,
pero toda política como acto voluntario de gobernar y de
gobernarse sigue apoyándose en la conciencia. En una
Filosofía y en una Psicología de la
conciencia.

Sin embargo tanto gobernado como el gobernante,
manifiestan un deseo de saber (un deseo de poder), y a partir de
esa falta (ignorancia), ambos transitan la senda de la
búsqueda de una verdad que se encuentra fuera del sujeto
deseante. "Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no
lo desearía, y no lo tiene, no lo conoce, puesto que de
otro modo tampoco lo desearía. Si se vuelve a los
conceptos de sujeto y de objeto, el movimiento del
deseo hace aparecer el supuesto objeto como algo que ya
está ahí, en el deseo, sin estar, no obstante 'en
carne y hueso', y el supuesto sujeto como algo indefinido,
inacabado, que tiene necesidad del otro para determinarse,
complementarse, que está determinado por el otro, por la
ausencia." (Lyotard, J.F. ¿Por qué filosofar?.
Barcelona. Paidós. 1989. Página 82).

El deseo está provocado por la ausencia de la
presencia. Esto nos remite al nacimiento del proceso
simbólico, en el momento en que el niño se vuelve
capaz de simular, por medio del juego, la ausencia o la presencia
de la madre. Freud lo ejemplifica a partir del juego del Fort-Da.
Al observar cómo su nieto de 18 meses arrojaba al otro
extremo de la habitación todo lo que caía en sus
manos. Al lanzar esos pequeños objetos decía "Fort"
(se fue), en otras ocasiones mandaba a lo lejos un carretel atado
a una cuerda y después tiraba hacia sí diciendo
"Da" (aquí está). Mediante este juego el
niño inventaba el símbolo relacionado a la ausencia
de su madre; reemplazaba el objeto real por el significante.
él sabía que su madre iba a regresar, se divide
entre el carretel que simboliza la madre ausente y el "Da" es
decir él mismo.

La simbolización como tal surge de este juego del
Fort-Da, en el proceso intelectual aparece a su vez como el
símbolo mayor que representa la negación.
Así lo indica Freud en la distinción entre
negación y denegación.

En la base misma del proceso lógico tenemos el
juicio de atribución (esto es de o esto no es de) y el
juicio de existencia (esto es o esto no es); estos dos juicios
derivan de un mito: el mito
del afuera y el mito del adentro. Una vez que el sujeto pudo
definir lo interior, el juicio de existencia se expresa
así: esto es yo y esto otro no es yo. En el juicio de
atribución, el yo puede experimentar por la percepción, la realidad del mundo exterior:
hay cosas que existen y otras cosas que no existen.

Freud señala que todo juicio depende de la
creación del símbolo de negación: esto no
es; y por la negación lo intelectual se separa de lo
afectivo. Podemos aventurarnos y agregar: que en el acto
político se separa lo consciente de lo inconsciente. Y el
saber está escindido del deseo que lo provoca.

Deseo de saber gobernar, deseo de elegir a nuestros
representantes. Es decir que, la convicción de elegir bien
a quien en su conocimiento de gobernar nos representará en
nuestras aspiraciones y en nuestros deseos, se esconde una trama
pedagógica, por decirlo de algún modo más
acotado al aprendizaje; ya
que toda escena social es de alguna manera escenario
político y educativo al mismo tiempo.

En la relación entre el deseo y el saber, entre
la falta y la búsqueda de aquello que pueda cubrirla,
estamos siempre en una relación del sujeto con su propio
"interior" y en relación con lo otro,
"exterior".

El deseo le pertenece al sujeto (deseante) y busca en
otro la satisfacción de ese deseo (deseado). Podemos en
términos psicoanalíticos entender de este modo la
relación maestro – discípulo, como una
relación pedagógica. A propósito de esto
Foucault hace
referencia a la distinción entre Pedagogía y "Psicagogía".

"Podemos denominar pedagogía a la
transmisión de una verdad que tiene por función
dotar a un sujeto cualquiera de actitudes, de
capacidades, de saberes que antes no poseía y que
deberá poseer al final de la relación
pedagógica. En consecuencia, se podría denominar
psicagogía a la transmisión de una verdad que no
tiene por función dotar a un sujeto de actitudes, de
capacidades y de saberes, sino más bien de modificar el
modo de ser de ese sujeto. En la Antigüedad grecorromana el
peso esencial de la verdad reposaba, en el caso de la
relación psicagógica, en el maestro; era él
quien debía someterse a todo un conjunto de reglas para
decir la verdad y para que la verdad pudiese producir su efecto.
Lo esencial de todas estas tareas y obligaciones recaía
sobre el emisor del discurso
verdadero. Por esta razón se puede decir que, en la
Antigüedad, la relación de psicagogía estaba
muy próxima relativamente de la relación de la
pedagogía, ya que en la pedagogía es efectivamente
el maestro quien formula la verdad. En la pedagogía la
verdad y las obligaciones de la verdad recaen sobre el maestro. Y
esto que es válido para cualquier pedagogía es
válido también para lo que se podría
denominar la psicagogía antigua, que es también
percibida como una paideia." (Foucault,
Michel. Hermenéutica del sujeto. Buenos Aires.
Editorial Altamira. 1996).

En la historia "clásica" de la educación, el
protagonista es el maestro, el giro copernicano del
Psicoanálisis centra la escena educativa en el sujeto
deseante, que busca cubrir la falta de aquello que ignora y que
por lo tanto desea encontrar.

En esta relación (¿vinculación?)
entre maestro y discípulo / gobernante y gobernado,
podemos – además de entender esta relación en
términos de deseo y falta, de ausencia y presencia – la
necesidad de establecer lazos entre uno y otro. Giordano Bruno
afirma al respecto que no puede no haber lazos; "…un artista
liga (une) por su arte, ya que el
arte es belleza modelada por el artista…" (Bruno, Giordano. Des
liens. París. Allia. 2001. Página 10). El maestro
une a partir del arte de enseñar, a sabiendas que
enseñar no es dar algo que el otro no posee, sino
satisfacer una necesidad, un deseo de aquel que busca cubrir una
falta.

Para algunos teóricos es por naturaleza que los
seres humanos somos racionales, somos libres, por ese motivo
buscamos el saber y la libertad. Para otros el saber y la
libertad, son conquistas logradas al calor de los
acontecimientos. En esa búsqueda a veces infructuosa,
establecemos lazos que pueden diferenciarse por ser naturales,
racionales y voluntarios. Esos lazos "…tienen que ser
múltiples y variados porque un solo lazo cae en la
violencia
extrema…" (Bruno, G. Obra citada. Página 11). La
violencia extrema de la dictadura, el
totalitarismo, el despotismo.

Una relación autoritaria es aquella en la que el
lazo es el que impone el deseo absoluto del otro. Ya Freud
sostiene en su obra El malestar en la cultura que el
lazo social se fundamenta en el amor.
Cuando el lazo social está roto, la representación
es imposible.

En el teatro griego el actor se denomina
"hipócrita", porque su máscara oculta el verdadero
rostro y muestra otro. Está actuando. En la actualidad el
término hipócrita ha tomado un cariz más
desprestigiado, la hipocresía está ligada a la
mentira, la
falsedad, el engaño a sabiendas.

La crisis de la representación también
estará vinculada al deseo absoluto y narcisista del
gobernante que despliega en una escena engañosa al
gobernado que sigue el deseo ajeno a sí mismo, que sigue
la máscara, el velo que oculta otra verdad. En Nietzsche
esta crisis de representación será ocasionada por
la voluntad de poder, que en el planteo contemporáneo de
Foucault es entendido como mero "juego
estratégico".

 

 

 

 

Autor:

Angelina Uzín Olleros

(*) Profesora de Filosofía, Psicología y
Pedagogía (INSP). Magíser Scientiae en Educación (UNER).
Docente de las Universidades Autónoma de Entre Ríos
y de Concepción del Uruguay.
República Argentina. Cátedras de Antropología Filosófica y ética en
la Licenciatura de Filosofía. Epistemología de las Ciencias
Sociales en la Licenciatura de Gestión
Educativa y en Metodología de la
Investigación en el Postgrado de Formación
Docente.

Partes: 1, 2
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